martes, 26 de enero de 2010

5:55 am

Ella gritó, ¡auxilio!, cuando un golpe sordo dejó todo en silencio. Eran las cinco y cincuenta y cinco, él la había estado esperando toda la noche, meditando en cómo enfrentarla, pensando cuál sería su respuesta, desesperándose cada vez más recordando las escenas y aquella voz que confirmaron sus sospechas. Su relación era bastante tormentosa y esto debíase talvez a lo apasionado de ambos, aunque realmente se amaban, era improbable que siguieran juntos por mucho tiempo y debido a que no podían separarse, algo debía suceder para que esto terminase.

El siempre se esforzó por mantenerla satisfecha, dándole en todo ámbito lo que ella deseara, era quizá su extraño amor, un especial interés que lo llevaba a buscar la manera de poder tenerla, al menos por instantes, sólo para sí y odiaba admitirlo, ¿orgullo talvez? ¿miedo? él había sufrido demasiado, pero la verdad es que la amaba y así era que sutilmente intentaba observarla, escucharla, trataba de entenderla; pero ella era de esas almas que no caben en una mano y parecía que nada le importaba, sólo ella misma o era eso lo que él solía gritar mientras discutían.

El había entendido, que ella tenía otro rumbo, no sabría siquiera decirse, qué era lo que mantenían en silencio, un romance, una aventura, decía respondiéndose sin creerlo; ella decía, lo que tú quieras, pero no te enamores, creyendo menos aun en esas palabras. Temes enamorarte, porque temes que te lastimen. No, respondía ella, sólo me desagradan esos… vacuos tormentos emocionales, decía con una risa burlona de niña tonta.

Crees que sabes mucho de la vida ¿no? para ti todo es un juego, le reprochaba él, usas esa sonrisa sólo cuando te es conveniente. Yo no soy ninguna hipócrita, si es lo que insinúas; no insinúo nada sólo quiero entender porqué sigues con él, si no lo amas, es otro más de tus juguetes; cómo sabes tú lo que yo siento, talvez sí lo amo, talvez…; claro, talvez te pueda hacer feliz y para eso lo necesitas. Dime, ¿a donde quieres llegar con todo esto? ¿por qué jamás podemos terminar bien? ¿tienes que cambiar tanto de un momento a otro? La diferencia entre tú y yo, respondiendo él frenéticamente, es que yo, vivo con los pies en la tierra o ¿qué es lo que quieres? ¿que tome todo tan a la ligera como tú? ¿o, que viva sumiso a tus deseos?... yo soy así y nadie me va a cambiar.

Después de aquella conversación, ella se quedó con tantas cosas dando vueltas en su cabeza, quiso decirlas pero ninguna salió de su boca, incluso cuando quiso gritar ¡Basta! que no vez que yo te amo, pero él se fue casi sin terminar de decir, que seguiría siendo así siempre. Ella estaba llena de miedos que no sabía como expresar, eran ambos un espejo.

Al enterarse él que ella se iría, quiso enloquecer, ¿se iría con él?, es cierto, pero ella no lo ama, quisiera pensar que soy yo a quien ella quiere, pero ella no quiere a nadie. Dios, porqué tiene que ser así, yo no puedo hacer nada. Ella desconocía que él la había estado esperando, la conversación con la real pareja fue explícita, al salir, él no supo si irse o quedarse, seguirlos u olvidar que la amaba, debía hacer algo, pero no hizo más que esperar, se quedó pensando en que jamás podría hacer algo para evitarlo, él no actuaba de ese modo, ella no lo valía, si quería irse que se fuera.

Lo que él nunca comprendió fue el porqué ella se casaba, no deducía la necesidad de algo tan repentino, ni dedujo tampoco que ella cargaba algo suyo dentro de sí, que entregaría en lugar a aquella otra persona, era todo una locura.

La soledad distorsiona a veces lo que pensamos o lo que vemos, dejándonos llevar por lo que queremos ver; cuando ella llegó él estaba tan desesperado, pero en un instante se calmó, desde afuera se oían sus voces, que en realidad nadie escuchó. Ella gritó, ¡auxilio!, cuando un golpe sordo dejó todo en silencio.